En tiempos de educación virtual, la forma de vincularnos y relacionarnos se limita a una cámara, a un dispositivo. En muchas ocasiones eso, complejiza la posibilidad de interpretarnos, teniendo en cuenta que el 93% de la comunicación es no-verbal (cuerpo, gestos, emociones,etc).
En este contexto, la invitación es a ajustar y acomodar el modo en que nos comunicamos con nuestros alumnos y la comunidad educativa.
Desde la experiencia y observaciones realizadas, es primordial crear un clima de confianza, estableciendo claridad y atención; intentar conectar genuinamente con el otro, y es allí donde toma un protagonismo relevante “la escucha”.
Desarrollar una escucha activa, una escucha presente, emocional que dispare en preguntas coherentes, que posibilite dar un feedback con sentido y que permita suplir de alguna manera la usencia de la energía corporal y vibración emocional que nos otorga el encuentro presencial.
No se trata de escuchar solo las ideas y las respuestas sino de conectar para comprender, compartiendo la emoción que ello genera.
El desafío es inmenso, no solo por las posibilidades desde la virtualidad, sino también por los manejos de los tiempos. Por eso es sumamente importante tener presente que la escucha valida el hablar, y que como seres sociales y emocionales tener un otro que nos escuche permite alivianar aquello que pasa y para el aprendizaje es fundamental.
Un niño o adolescente que puede expresar en confianza aquello que le está sucediendo, puede disponerse a aprender. Una familia que puede expresar sus inquietudes, sus angustias, sus miedos, sus desacuerdos y se siente escuchada, será una familia que puede acompañar los procesos educativos. Un docente o directivo que puede expresar y manifestar sus incertidumbres, y se siente comprendido y acompañado podrá llevar adelante su trabajo con mejores resultados.
La escucha entonces, toma un rol protagónico como eslabón principal de la comunicación y aliado de la educación virtual.