Llegamos a diciembre y creemos que se denota en casi todos los que hacemos docencia, una sensación de alivio que no tenemos recuerdo de que se haya manifestado tan generalizadamente años anteriores.
Mezcla de alivio, y libertad. Como si hasta el momento hubiéramos estado presos de esta maravillosa tarea, que por alguna razón, olvidamos lo satisfactoria, reconfortante y transformadora que es. Por ello es que nos pusimos a reflexionar, cuáles han sido los factores y/o las condiciones que hicieron que estemos en una carrera ansiosos por llegar al final, y más inhabitual que eso, sin tener casi registro del camino recorrido, tratando de terminar los proyectos, evaluaciones, etc., con una frase que resonaba de forma reiterativa “que suerte, ya me lo saqué de encima”
Entonces, creemos que, para comprender, hace falta volver al inicio de este año; y revisar ¿cuantos protocolos y cuantos cambios abruptos tuvimos que transitar? Y con ellos; ¿cuantos cuestionamientos de familias, y de nosotros mismos? Cuanto miedo encubierto sorteado y cuanta sensación de incertidumbre, angustia, ansiedad, y otras tantas emociones que a diario, ni siquiera esporádicamente, se nos iban manifestando en el hacer. Y digo en el hacer, porque pese a todo ese contexto, nunca dejamos de hacer.
Y ahí estábamos, acomodándonos y asimilando nuevas formas, nuevos dispositivos, nueva manera de estar presentes; abrazando y acompañando a la distancia y enseñando a través de un classroom, algo que no terminaba de conformarnos. Después de repente vinieron las burbujas, pero con máscaras, barbijos y distanciamiento de dos metros, que nos alejaba de lo más conocido para nosotros que es la contención y el abrazo; la mirada cercana, y el gesto amoroso de una sonrisa. Así todo, seguimos adelante, y en ese seguir adelante es donde creemos que nos perdimos, se nos desdibujó el norte que estuvo preestablecido toda nuestra carrera docente; teníamos que revincular a la distancia , observados por toda una comunidad que venía con mucho miedo y les costaba soltar, confiar, como a nosotros lo mismo, porque además de nuestra tarea y rol docente, nos pasaba lo mismo en casa, con nuestra familia, con nuestros mayores, con nuestros niños. Toda esa contradicción, y toda esa emocionalidad junta, pero con la única certeza que era el tener que seguir adelante. Entonces es ahí, entendemos, donde sin darnos cuenta dimos inicio a una carrera veloz, para cumplir y llegar lo más rápido posible a la meta. Y arrancamos y seguimos y cada vez que nos acomodábamos y relajábamos un poco, algo irrumpía y nos ponía de nuevo en esa carrera desmedida, porque la demanda era mucha, porque el afuera acompañaba, pero cuestionaba incesantemente, y para cada uno de ellos, teníamos que tener una respuesta. Entonces llegó diciembre y como pudimos hicimos un cierre de proyecto, o evaluamos con evaluaciones que no daban cuenta más que de algún aprendizaje puntual, pero no de todos los aprendizajes que todos los alumnos adquirieron a la par nuestra y que de ellos quedó poco registro . Un año atípico, difícil, a veces frustrante y en otras alentador. Así siempre, disonante, contrapuesto, contradictorio, que nos tenía de rodillas pero nos obligaba a mostramos de pie.
Ahora, entonces, comprendiendo y revisando el año, ahora que ya estamos muy cerca de ese final, consideramos que quizá, tendríamos que dejarnos caer para poder registrar la caída y volver a levantarnos, para no seguir parados a medias, creyendo que pudimos con todo, cuando no fue así; cuando estuvimos desconectados, dando muchas veces manotazos de ahogados dejando olvidada nuestra esencia. Por ende creemos en que el propósito para el próximo año es, volver a conectarnos con nuestro rol, con eso que elegimos y asumimos con el mayor compromiso de entregar lo mejor para cada niño, enseñar y aprender con ellos.
Entender que estamos preparados para lo impredecible más que nadie, y que eso nos hace especiales y esenciales. Que nos sobran condiciones y que ya es hora de volver a mirarnos y a armarnos como esos docentes que sabemos ser. Sumando lo aprendido y sabiendo que sin importar ni cómo ni cuándo ni en qué lugar, los niños y las familias nos necesitan, y que podemos estar enteros de nuevo de pie y que podemos hacerlo bien.